MADRID (AP) – Aclamada como abanderada del movimiento anticierre de España, la jefa de la región de la capital del país convirtió este año a Madrid en una excepción europea, donde bares, restaurantes, museos y salas de conciertos permanecieron abiertos incluso cuando los índices de contagio pusieron a prueba a los hospitales.
La resistencia de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a los cierres generalizados y su preferencia por tratar a los pacientes del COVID-19 en locales cavernosos han enfrentado constantemente a la conservadora de 42 años con la coalición gobernante de izquierdas de España. La pugna política, que ha implicado alardes, culpas y pleitos, se ha intensificado en vísperas de las elecciones regionales del 4 de mayo.
«Me estoy enfrentando a un examen», dijo Díaz Ayuso, la favorita para las elecciones, a The Associated Press esta semana. «Es como preguntar: ‘¿Te gusta lo que he hecho hasta ahora? Pues dame una mayoría más amplia para que pueda gestionar las cosas con más fuerza».
Díaz Ayuso convocó las elecciones hace dos meses, cuando los casos de coronavirus se estaban estabilizando desde un pico post-navideño pero los hospitales de Madrid se tambaleaban -todavía lo hacen- por un flujo persistente de pacientes con COVID-19. Aunque sorprendente, su decisión fue el final natural de la tensa relación de su Partido Popular con el partido liberal Ciudadanos, el socio menor de la coalición de gobierno de Madrid».
«La mente y el corazón del Gobierno no estaban en el mismo sitio», dijo Díaz Ayuso sobre las disputas que agriaron las relaciones dentro de la coalición durante la pandemia.
No obstante, la crisis sanitaria ha contribuido a que Díaz Ayuso pase de ser una política inexperta que levantaba ampollas con comentarios fuera de lugar ante las cámaras a convertirse en una figura desafiante y en el azote del Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, líder del Partido Socialista Obrero Español.
En el camino, se ganó tanto apoyo como odio. Los electores que en su día se dejaron seducir por el populismo de Vox, un partido de extrema derecha recién llegado e imbuido de nacionalismo español, han aumentado su popularidad. La izquierda la detesta.
«(Díaz) Ayuso parece más la candidata de la ultraderecha que (la candidata de Vox, Rocío) Monasterio», dijo Pablo Iglesias, el líder del partido antiausteritario Unidos Podemos.
Iglesias renunció a su cargo de vicepresidente del Gobierno a finales de marzo para presentarse a las elecciones de Madrid con una candidatura «antifascista». Ayuso, que había caracterizado las elecciones como un plebiscito entre ella y Sánchez, eligiendo inicialmente «Socialismo vs. Libertad» como su lema informal de campaña, dio la bienvenida a Iglesias a la carrera tuiteando «Comunismo vs. Libertad».
La estrella emergente del campo conservador español parece estar en condiciones de provocar un cambio tectónico en la política española. Si su estilo divisivo da sus frutos, su Partido Popular podría ganar la mayoría absoluta en el parlamento regional de 136 escaños. Pocos son los sondeos que predicen este escenario, pero el apoyo a Díaz Ayuso ha crecido a lo largo de la campaña, situándola en una posición más fuerte desde la que socavar el éxito de Vox y silenciar las voces de la moderación dentro de su propio partido.
Si el Partido Popular no consigue 69 escaños, lo más probable es que Díaz Ayuso tenga que recurrir a una alianza con Vox, lo que podría abrir la puerta al primer gobierno regional de España en el que la ultraderecha controla varios ministerios.
«Tengo un equipo que está muy bien preparado después de haber tenido que vivir los dos peores años para Madrid en cuanto a una pandemia, una ventisca invernal e incendios forestales», dijo a AP. «Si tengo que depender de otros partidos, quiero que sea para lo menos posible, para no tener que modificar mi proyecto».
«Quiero liderar un proyecto con libertad», añadió.
La campaña dio un giro desagradable la semana pasada con el envío de sobres con amenazas de muerte a Iglesias y otros políticos de izquierdas. Hasta las amenazas, que Iglesias achacó al ambiente político tóxico creado por la ultraderecha, los candidatos de izquierda habían tratado de debilitar las posibilidades de reelección de Díaz Ayuso criticando su gestión de la pandemia.
Madrid ha registrado 23.000 muertes relacionadas con el virus, proporcionalmente más que cualquier otra región española o capital europea. Más de 5.000 personas con COVID-19 murieron en las residencias de la región, la mayoría de ellas durante la primera oleada de la pandemia en España.
Pero Díaz Ayuso rechaza cualquier crítica a la respuesta de su gobierno a la pandemia o las comparaciones con otras partes del mundo. Calificó de «pura manipulación» los documentos publicados por los medios de comunicación españoles que mostraban a funcionarios regionales discutiendo sobre cómo clasificar a los pacientes y una carta de un miembro del Gabinete que denunciaba cómo el colapso del sistema en esos primeros días dejó a muchos, especialmente a los adultos mayores, sin acceso a tratamiento médico.
«Lo que ocurrió fue doloroso, una gran tragedia. Pero sería imprudente decir hoy a la gente que la muerte de su padre o de su madre era evitable. Eso es una mentira. La gente se moría en todas partes: se moría en casa, en las UCI y en los hospitales», dijo. «Era como un tsunami».
Díaz Ayuso argumentó que las lecciones de la primera oleada enseñaron a su equipo que los encierros eran perjudiciales para la economía y para el bienestar mental de muchos ciudadanos.
«Nos convertimos en aliados de los hosteleros, de los comercios, de los museos y, cada vez más, de toda la sociedad», dijo, rechazando la idea de que Madrid se convirtiera en el recinto de la fiesta de Europa esta primavera.
A pesar de la insistencia de los expertos en que el virus se transmite por el aire, lo que facilita su propagación en el interior, Díaz Ayuso dijo que los bares y restaurantes de Madrid seguían siendo seguros porque estaban bien ventilados. Dijo que su gobierno determinó que la mayoría de los brotes se producen en los hogares, donde la gente se reúne sin máscara precisamente cuando no puede salir a cenar o beber.
«Por eso hay otras regiones españolas y otras partes de Europa que han cerrado y, sin embargo, no consiguen acabar con el virus», dijo, y añadió: «Así no lo van a conseguir».
Uno de los movimientos más aplaudidos de Madrid durante la primera oleada de la pandemia fue improvisar un hospital de campaña en un gran centro de exposiciones que alivió la presión sobre los centros médicos existentes. La instalación también se utilizó como modelo para un vasto «hospital de pandemia» permanente construido en un tiempo récord con una inversión inicial de 120 millones de euros (145 millones de dólares).
Sus críticos han descrito el Hospital Enfermero Isabel Zendal como un proyecto de vanidad que desvió personal médico muy necesario de instalaciones mejor equipadas y dinero que la región podría haber utilizado para aumentar la localización de contactos. Ángela Hernández, portavoz de AMYTS, el principal sindicato de trabajadores sanitarios de Madrid, dijo que el centro «es el símbolo más visible de que Madrid optó por un modelo que buscaba convivir con el virus, en lugar de erradicarlo».
Sin embargo, destacando la «fachada de un kilómetro» del hospital, Díaz Ayuso dijo que el hospital pandémico había atendido a más de 4.000 pacientes desde que empezó a funcionar en diciembre.
«¿No es eso algo bueno?», dijo.